Muchas veces, charlando con amigos o familiares, me preguntan:
“¿Cuál ha sido tu obra más difícil?”
“¿Y cuál te ha gustado más?”
Siempre sonrío, porque la respuesta no es sencilla. A lo largo de los años he trabajado en proyectos muy distintos —desde viviendas nuevas hasta rehabilitaciones en edificios con más de un siglo de historia—, y cada uno tiene su propio tipo de dificultad. Pero si tuviera que señalar las más complicadas, sin duda serían las rehabilitaciones, especialmente las que se realizan en centros históricos.
A diferencia de una obra nueva, donde todo parte de cero y el control sobre los materiales y procesos es mayor, en una rehabilitación te enfrentas a un edificio que ya tiene su vida, su historia y sus cicatrices.
Son construcciones que combinan muros de carga de distintos materiales, forjados de madera, elementos compartidos con las medianeras o estructuras que se solapan de formas que solo se entienden una vez que empiezas a intervenir. Cada decisión exige interpretar lo que otros hicieron antes, leer entre líneas y adaptarte sobre la marcha.
Por eso, más que una simple ejecución técnica, una rehabilitación es un diálogo con el pasado. Empieza con un levantamiento detallado del estado original, sigue con un estudio minucioso de la estructura —muros, cimentaciones, forjados, cubiertas— y requiere un proyecto flexible, que admita ajustes sin perder coherencia. Y, sobre todo, una dirección de obra muy presente, casi diaria, donde hay que estar pendiente de cada avance y cada imprevisto.
Por eso digo siempre que las rehabilitaciones son las obras más exigentes, pero también las más gratificantes cuando todo encaja y el edificio recupera su vida.
La obra fácil no existe.
En cuanto a las llamadas “obras fáciles”, sinceramente, no existen.
No hay obra sencilla. Incluso en las viviendas de nueva construcción, donde aparentemente todo está bajo control, surgen mil imprevistos: el terreno que no responde como esperabas, un material que se retrasa, un cliente que duda en el último momento, o un equipo de obra que, por falta de experiencia, necesita más coordinación.
La realidad es que la construcción sigue siendo, en gran parte, un proceso artesanal. Intervienen muchos oficios, muchas manos, y no siempre con el nivel de cualificación que sería deseable. Esa es una de las grandes dificultades del trabajo hoy en día: mantener la calidad y el rigor en un entorno cada vez más presionado por los plazos y los costes.
Aun así, el sector está evolucionando. Cada vez vemos más sistemas industrializados, con estructuras, cerramientos o incluso baños completos que se prefabrican e instalan con precisión milimétrica. No se trata de eliminar el carácter artesanal, sino de integrar innovación y técnica para mejorar los resultados.
Conclusión
Y volviendo a la pregunta del principio —¿cuál ha sido mi obra más difícil?—, diría que cada una tiene su propio reto. Pero las que más me han marcado son aquellas donde, pese a todas las complicaciones, el resultado final te devuelve la sensación de haber devuelto a la vida un lugar que parecía perdido.
Esa sensación, la de reconciliar lo viejo con lo nuevo, es lo que más me gusta de esta profesión.
				